
La segunda temporada de Transparent expande la búsqueda de los diferentes miembros de la familia Pfefferman. Y en esa expansión crea una de las mejores series del año.
Por: @Pocodemucho
La primera temporada nos contaba el comienzo de la transición de Mort Pfefferman hacia su verdadera identidad femenina, Maura. El personaje que crearon el actor Jeffrey Tambor junto con la creadora y guionista Jill Solloway es brillante, valiente, humano. Pero su familia también tenía sus idas y vueltas, sus historias. Y ahora todo está cambiando otra vez.
Ya desde el primer capítulo vuelve la magia. El casamiento de Sarah (Amy Landecker) y Tammy (Melora Hardin) nos da la oportunidad de ver a la familia reunida otra vez. Es un prodigio técnico la construcción de la narrativa de este comienzo. Pero no todo termina bien, mucho menos en Transparent. Y Sarah comenzará un descenso hacia lo profundo de sí misma, la soledad a la que se enfrentará es frustrante y triste. Uno de los notables sucesos de la serie es lograr que tengamos empatía con estos personajes; porque ninguno es agradable o bueno. Como en la vida misma, nadie es completamente bueno o malo todo el tiempo. Y Sarah hará cosas desagradables e incluso repudiables. El trabajo de Amy Landecker es brillante, poniendo el cuerpo a la crudeza de la búsqueda de su personaje. Porque hay mucha desnudez en la serie, pero poco erotismo. Es más una desnudez de almas en proceso de cambio.
Josh (Jay Duplass) intentará hacer las cosas bien, por una vez. Es conmovedor el esfuerzo que hacen con Raquel (Kathryn Hahn) por formar una familia más o menos normal. Coulton (Alex MacNicoll), el hijo adolescente de Josh, será una piedra en el zapato de los dos. Otra vez alguno de los Pfefferman deja alguien herido tras sus pasos, una constante de la serie. No les importa lo que dejan detrás; pero en esta temporada las consecuencias vendrán a buscarlos. Como Tammy, la esposa de Sarah, borracha, sola y quebrada, en la fiesta de Josh. Las heridas no sanan fácilmente. Josh y Raquel aprenden esto a través de una tragedia. Ese capítulo es terrible y hermoso. Otro pico de una gran serie. Josh parece condenado a ser un eterno niño perdido, porque desde el vamos sus padres lo trataron (y aún lo hacen) como si tuviera doce años. Y aunque lo intente, vuelve a caer.
También continúa creciendo el papel de la madre Shelly (Judith Light). La relación de amor y complicidad construida en toda una vida con Mort/Maura es increíble. Pero sofocante. Porque Maura quiere ser otra cosa. Y Shelly lo arrastra hacia el pasado. Pero después llegará otro personaje a cambiar y complementar a la madre de los Pfefferman, ojalá dure. Sobra decir que la actuación de Judith Light es excelsa, fuera de este mundo. Un verdadero placer la escena de la bañera. Nunca la sexualidad en la tercera edad había sido tan hermosamente plasmada. Otro de los riesgos que toma la serie, y funciona.
Ali (Gaby Hoffmann) continúa su búsqueda. Uno de los personajes más desagradables, complejos e interesantes de los últimos tiempos es esta mujer perdida. La relación que construye con Syd (la genial Carrie Brownstein) es una de las más disfuncionales jamás contadas. Las cosas que hace Ali en nombre de la búsqueda de su verdadero ser, de su esencia, de su libertad son duros golpes a la cándida Syd. Otra persona para herir y dejar atrás. Triste, muy triste. Gaby Hoffmann también fascina con su actuación. Es muy difícil lograr identificación con un personaje tan horrible. Pero Hoffmann lo logra. Porque Ali es una niña perdida y todos estamos buscando nuestro verdadero ser.
Pero este ánimo de Ali de encontrarse con su herencia nos llevará hacia atrás en el tiempo. Hasta el comienzo mismo de la familia Pfefferman. Es una de las apuestas más arriesgadas de Jill Solloway intentar explicar quiénes somos y cómo somos, porqué venimos marcados/condenados/armados por nuestros antepasados, por nuestros antecesores, por nuestros genes. Y es otra cosa que funciona. Los flashbacks hacia el viejo mundo en la década del 30 comienzan confundiendo, pero al final todo cierra de forma brillante. La actuación de los pequeños Emily Robinson y Hari Nef es espectacular. No podemos contar nada sin arruinar la sorpresa final. Pero te decimos que las lágrimas comienzan a caer sin poder pararlas ante semejante revelación. La forma de narrar una tragedia de tal magnitud es magnífica.
El festival feminista de uno de los últimos capítulos es otro logro de Transparent. Una especie de Woodstock solo con mujeres. Lleno de desnudez, artesanías, barro, sadomasoquismo, poesía y más mujeres. Es el lugar donde confluyen las búsquedas. Y donde comienza otra vez a brillar Maura. La aparición de Anjelica Huston con un personaje espectacular es otro hallazgo. Porque Maura se ha ido alejando de todos de alguna u otra forma. La separación de la amiga trans Davina (Alexandra Billings) es otro suceso triste. La actuación de Billings desborda la pantalla en ese final. Otra persona para herir y dejar atrás, solo que Davina nunca será una víctima, es demasiado fuerte para serlo. La lucha por la identidad LGBT nunca fue mejor mostrada que en esta serie. Sí la primera era excelente, esta no se queda atrás. La lucha nunca termina.
Volviendo a la aparición de Huston, ella traerá nueva esperanza a Maura. El momento de intimidad cruda en una cama de hotel que logran estos dos seres golpeados es tan humana que no podes sino conmoverte. Es un nuevo comienzo para los dos. Es un duelo actoral para aplaudir de pié hasta la próxima temporada. Y es en la parábola de Maura donde vive la serie. Porque ella es el comienzo y este principio todavía no piensa terminar. Quizás nunca lo haga. La identidad se construye todos los días.
No queda más que recomendar que veas Transparent. Jeffrey Tambor logra conmover otra vez con la personificación de la constante lucha por encontrarse a uno mismo. Pero los demás elementos que conforman este hermoso retrato de esta época confusa son dignos de todos los halagos que se te ocurran. Una de las mejores series del 2015, sin dudas.
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