
Al que no conoce a Macedonio Fernández lo espera una literatura que cachetea, que mueve de lugar. No trata de ser original. Él lo es. Fue uno de los escritores y personajes favoritos de Jorge Luis Borges. Vanguardista que juega con el lenguaje, con la estructura de los géneros, con la expectativa de aquel que lo encuentra.
Por @MLauParedes
Al borde del delirio e impredecible, narra lo que nadie espera y provoca risa, misterio, decepción y, otra vez, risa. Su estilo es coloquial, pero no sencillo. En cada lectura, se pueden encontrar nuevos significados que hacen compleja la trama y la forma.
En Una novela que comienza, cada historia que empieza se pierde, se confunde y no tiene final. Lo que gusta es el camino que se crea y las imágenes que se van uniendo unas con otras. El juego es constante y es lo único que se mantiene. El propio autor interrumpe la narración una y otra vez para mostrar su opinión, por lo que nada se respeta en ella. Eso a lo que estamos acostumbrados, es destruido y se nos muestra algo así como el detrás de escena de un largometraje. Da la sensación de que el relato se construye a medida que vamos leyendo, en diálogo con nosotros.
Leer esta novela es recorrer las calles de Buenos Aires junto a Macedonio y recrear situaciones que de forma tan particular describe. Es entrar en ese juego en el que todo está construido: autor, narrador y lector.
Macedonio Fernández nació en 1874 y falleció en 1952. Fue autor de textos en los que mezcla los géneros y en lo que nada es respetado. Vanguardista que influyó en escritores como Ricardo Piglia, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.
En 1898, se recibió de abogado. Tuvo cuatro hijos con su esposa Elena de Obieta. Cuando ella muere, deja su profesión y se dedica a escribir en pensiones de la ciudad de Buenos Aires. Publicó Una novela que comienza en 1941 en Chile. Algunas de sus obras son: No todo es vigilia la de los ojos abiertos, Papeles de Recienvenido, Museo de la novela de la eterna, entre otras.
Be the first to comment