
El peso de la vida moderna y el encierro de la ciudad enfrentan al hombre con el tedio y la decepción. Ya sé. Estás cansado de levantarte todos los días en el mismo horario, de ver y tratar a la misma gente, de tener que aguantar a tu jefe, a tu compañero, a vos mismo. Y sin embargo, se sigue en este sistema aplastante que nos agrupa y nos forma de la manera en la que siempre salimos perdiendo.
Por @MLauParedes
Roberto Mariani pone un espejo frente a tu cara y te hace ver como los años pasan rápidamente y como aquellos sueños de tu adolescencia se convirtieron sólo en recuerdos. La perspectiva es un poco pesimista, pero quizá te haga despertar o, seguir así, en esa rutina eterna. Vas a mirar al que tenés al lado y le vas a decir que están repitiendo la historia de otros iguales a ustedes que cumplían estrictamente lo que se les demandaba y que esperaban un milagro para que les toque en suerte un cambio radical que termine con ese ritmo aburrido y constante. También habrá escenas que te causarán una sonrisa cómplice, porque admitílo, hiciste muchas cosas humillantes para mantenerte en ese puesto. Sabés que muchos quisieran estar en tu lugar a pesar de todo.
En Cuentos de la oficina, los relatos van encadenándose unos a otros y describen el día a día del ciudadano de clase media que no puede escapar de su situación y que anhela de forma desesperada ascender de nivel social para escaparse de la decepción de ser sólo uno más. ¿Por qué leerlo? Porque Mariani logra retratar con originalidad la desesperación que causa ser quién se es.
Son siete cuentos que se centran en distintos personajes y en la vida del empleado que cada día debe trabajar para sobrevivir. Se puede notar un tono irónico cuando el narrador aborda cada situación para mostrar esa realidad tan cercana. En el inicio, en La balada de la oficina, ya podemos apreciar la calidad de su prosa y también encontrar cierta musicalidad en sus palabras: “Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. (…) ¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario?“. Y así, poco a poco, Mariani nos lleva de la mano para entrar en ese espacio en el que cada uno siente la desilusión de estar siempre bajo las órdenes de otro, en silencio, sin voz ni libertad.
Roberto Mariani nació en 1893 en el barrio de La Boca. Trabajó de periodista, empleado en el Banco Nación, camionero, ferroviario y traductor. En su autobiografía afirmó: “Estoy, pues, como antes de soñar: sin nada. O peor porque ni sueños tengo“.
Fue anarquista y su ilusión por una sociedad distinta, más justa y más equitativa, fue desdibujándose con el tiempo hasta llegar a una profunda decepción.
Su vida fue intensa. Comenzó con una fuerza arrasadora hasta que la realidad lo llevó a la soledad y la muerte en 1946.
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