
“Dios me hizo mujer, el doctor me está curando de la enfermedad que era mi disfraz”
Por @GiuCappiello
Recientemente Netflix ha añadido a su catálogo “La chica danesa” (2015) dirigida por Tom Hooper, conocido por “El discurso del rey” (2010) y el remake del clásico “Los miserables” en 2015, entre otras. Pero en este caso, “The danish girl” basada en la novela homónima de David Ebershoff, cuenta la historia real de la pintora Lili Elbe, quien a principios del siglo XX se convirtió en la primera mujer transgénero en someterse a una cirugía de cambio de sexo.
Dinamarca, 1926, Einar Wegener (Eddie Redmayne) y Gerda Wegener (Alicia Vikander) son dos jóvenes artistas unidos en un aparente matrimonio feliz y consolidado. Einar ya es reconocido como un hábil pintor emergente dentro del mundo de los lienzos, mientras que Gerda busca hacerse un lugar propio como retratista en un negocio repleto de hombres y a la sombra de su talentoso marido. Es por esta razón que cuando la bailarina a quien Gerda pinta no puede asistir a la última sesión, ésta no encuentra otra solución más que pedirle a Einar que pose para ella con las zapatillas de ballet, para así poder finalizar el cuadro y conseguir que su arte se comercialice.
Aquella situación es la que se convertirá en el inicio de una cadena de sucesos donde la identidad de Einar, la aparición de Lili y la angustia frente al ser, tomarán protagonismo en la vida de este –hasta el momento- sólido matrimonio.
Einar y la femineidad
Además de la obvia sensibilidad de este pintor debido a su vocación y talento para reproducir paisajes, escenarios y colores, desde el comienzo de la película podemos notar ciertos rasgos, ciertas actitudes que evidencian la lucha silenciosa que ya se estaba librando dentro de Einar desde hace mucho tiempo antes de la petición de su esposa de posar vestido como mujer.
Pequeñas e imperceptibles escenas nos muestran al joven artista admirando a las mujeres que lo rodean –tanto a su esposa como a la mejor amiga de ésta– actitud que en un inicio podemos interpretar como una mirada viril frente a estas figuras femeninas, pero cuando analizamos en mayor profundidad sus conductas y reparamos en aquella escena del inicio en la que Einar se queda apreciando los delicados movimientos de la bailarina tras bambalinas y roza suavemente sus dedos por los trajes dispuestos en percheros detrás del escenario, así como también el hecho de dedicar varios minutos en doblar la ropa de su mujer y en corregir el lápiz labial de la misma si muestra alguna imperfección; todo esto no se trata –solamente– de una personalidad meticulosa o detallista, sino que en retrospectiva podemos asumir que se trata de una profunda incertidumbre frente a lo femenino.
Al decir lo femenino, no hablamos desde una perspectiva antigua y simplista: “el ballet y el maquillaje es cosa de nenas”, con suerte en 2018 la mayoría de las personas ya se ve despojada de este prejuicio. Por eso cuando hablamos de la femineidad, hacemos referencia a algo que se encuentra más allá y que suele ser lo que se plantea de forma tácita en aquellas personas que al igual que Einar, se enfrentan a una profunda batalla dentro del terreno de la identidad. Aquellas escenas que recién enumeramos, en las que el joven artista muestra interés por todo aquello que se relaciona con lo femenino, manifiestan la salida a la luz de una pregunta que como averiguaremos más tarde se planteó desde su infancia: ¿Qué es ser una mujer?
Lo que evidencia la existencia de esta pregunta sofocada pero que ha estado generando efecto desde lo profundo, es por un lado el rechazo inicial que manifiesta Einar cuando Gerda le sugiere ir más allá, ya no sólo se trata de vestir las zapatillas de ballet sino también ponerse un vestido. Gerda lo propone en el afán de poder concluir el lienzo de manera más precisa, pero para nuestro protagonista esto resulta mucho más significativo: ya no se trata de hacer oídos sordos frente a una pregunta reprimida durante muchos años, ponerse el vestido significa asumir esta interrogación como tal y el miedo que genera emprender la búsqueda de una respuesta.
Se trata de un miedo producto de una sociedad donde no había espacio alguno para el debate de género, recordemos que se trata de 1926 y si aún hoy sigue habiendo prejuicios y discriminación, podemos imaginar lo que significaría este tema en aquella época. Pero por otro lado y más importante aún, un miedo que proviene del interior y es que si jugáramos a transformar en metáfora aquel pedido ingenuo por parte de Gerda, diríamos que al situar a Einar frente a la posibilidad de poner su cuerpo dentro de un vestido de mujer, fue como quitarle la pata a una mesa, su aparente identidad hasta el momento y su ser completo, al igual que aquella mesa, ahora comienzan a temblar.
La calma en la unión de cuerpo y alma
Pero no malinterpretemos, el temblor producido sólo desmorona el castillo de cartas construido sobre una identidad que había estado allí desde siempre. Cuando Einar –como hombre– viste aquel traje femenino, es como si hubiera llegado a la meta de un viaje que no era completamente consiente de haber recorrido; el placer de saber finalmente “qué es ser una mujer” le quita el velo a esa pregunta muda y permite asumir lo que siempre fue. Einar durante toda su vida fue la endeble pero útil construcción tras la cual se ocultaba Lili, deseosa, expectante de salir, mostrarse y vivir plenamente.
Claro que se trata de un proceso tormentoso y tal vez esa sea una de las pocas críticas que podemos hacerle a “La chica danesa” al mostrar de forma edulcorada una trasformación y trabajo que suele ser muy difícil de transitar tanto para quien lo vive a través de su cuerpo y mente, como para quien acompaña como espectador a un ser querido.
Con respecto a esto último, es realmente conmovedor el rol tanto de Gerda como de Hans (Matthias Schoenaerts) un amigo de la infancia, que en base al amor y pese al contexto socio-cultural acompañan a Lili desde el primer momento, tanto en lo emocional como en lo físico, sobre todo cuando ésta toma la importante decisión de someterse a una operación de cambio de sexo. Es increíble pensar en esta situación médica teniendo en cuenta el momento histórico en el que suceden los hechos. Así como también resulta interesante seguir el recorrido que Lili hace por diferentes profesionales, con corrientes clínicas y perspectivas distintas: como por ejemplo lo aberrante que suena el diagnostico de perversión que le adjudican y lo absurdo que resulta el tratamiento de radiación al que la someten para “curar” este “mal” que “acecha” a “Einar”.
Cabe destacar otro rol dentro de “La chica danesa” que no solamente fue crucial para Lili, sino que también plantea aspectos que deben ser analizados y tomados en cuenta hoy en día: se trata de la clínica de mujeres donde luego se internará para llevar a cabo la operación. Esta institución da cuenta de la importancia de un organismo que acompañe y contenga a la persona tanto en lo médico como en lo emocional, que fomente la búsqueda del ser y promueva los lazos sociales, todo esto llevado a cabo por profesionales especializados en temáticas de género, que empaticen comprendiendo y sin prejuicios.
Finalmente, para el momento en que Lili ya puede habitar ese cuerpo completamente, aquellas escenas que al principio fueron enumeradas como vivencias donde Einar era espectador de un mundo femenino, ahora cambian de cara: Lili posa con comodidad y placer frente a quien supo ser su esposa y ésta ahora reproduce de manera talentosa el resplandor de una persona que se siente en plenitud. Y de hecho en aquella clínica mencionada, se produce un exquisito momento que muestra el cambio rotundo de vida: no sólo ella se presenta con un nombre y un apellido acorde a su ser, sino que en la sala de espera, dedica una sutil mirada a las enfermeras, pero ya no lo hace con incertidumbre o admiración como en otra época, ahora Lili esboza una sonrisa, porque ella, al igual que las empleadas frente a sus ojos, son mujeres plenas.
La historia de la pintora Lili Elbe sucedió hace casi 100 años atrás y a pesar de ésto trata y desarrolla una temática absolutamente contemporánea como es la cuestión de género, sobre la cual se ha avanzado pero todavía queda mucho camino por recorrer. Lili fue y es la representación de la angustia que significa no poder ser completamente uno, fue y es un ejemplo de valentía: por asumir frente al resto sin resquemores y sobre todo por asumirse a ella misma, dándose la posibilidad de existir sin barreras. “La chica danesa” mezcla de manera perfecta lo difícil y conmovedor, junto con la belleza de ver a alguien siendo en libertad.
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