
Para el escritor y crítico de cine, Hernán Schell (@hernanschell), La Noche de los Muertos Vivientes es algo más que una película de zombies.
Por @Jihad_G26
Hace 51 años, en 1968; el director George A. Romero llevó a la pantalla grande una historia que consagró uno de los temores ancestrales de la humanidad: la resurrección de los muertos. Night of the Living Dead (“La Noche de los Muertos Vivientes”) es el título del filme que marcó la revolución del cine de zombies, disociando a éstos de sus roles anteriores como esbirros y otorgándoles un nuevo puesto como “el villano colectivo” principal que define a este subgénero. Hasta acá no hay nada que no se sepa, pero lo cierto es que la tela por cortar en Night of the Living Dead es tan vasta que un libro no sería suficiente e intentarlo acá sería quedarse corto, pero de todas formas trataremos.
Antes de que Romero reinventara el subgénero de los zombies, los muertos vivientes eran un tema más asociado hacia los vampiros y otros entes de orígenes más místicos que científicos, característica contraproducente para el miedo por su extrema cercanía con la fantasía. El hecho de que los muertos se levantasen por culpa de “algo” proveniente del planeta Venus toca la fibra nerviosa de una generación atenta a los resultados de la naciente exploración espacial, pues se culpa algo desconocido pero existente. En otras palabras, si el diablo existe o no y si puede revivir muertos o no es algo imposible de saber. No obstante, Venus existe y si hay algo allá que pueda desatar un apocalipsis zombie es una idea que podría pensarse cuando se trata de un terreno desconocido como el espacio exterior para la segunda mitad del siglo XX.
Lo anterior propicia a que el terror de esta cinta sea más cercano que uno propio de una historia más espectral, pero además de eso, Romero explotó un fenómeno real que se dio a conocer en los Estados Unidos durante las primeras tres décadas del siglo pasado: los zombies haitianos. La “transformación” de un ser humano en zombie, se debía a brujos haitianos que drogaban a personas hasta inducirles un estado de “muerte falsa”. Luego de que las familias enterrasen a su ser querido, los brujos emprendían la reanimación y continuaban el dopaje de sus víctimas para así usarlos como esclavos.
Algo como esto resulta aterrador a pesar de tener una explicación excluyente de lo demoníaco y lo pandémico, por lo que no es de extrañar que se explotara en el cine en una época donde el terror comenzó a orbitar temas reales sobre fenómenos que podían lastimar de verdad, como la guerra nuclear por ejemplo. Otro de los temores, más factible que las consecuencias de la exploración espacial, es el desmoronamiento de la sociedad, evento atestiguado en Europa durante las dos guerras mundiales y temido en los Estados Unidos ante un ataque atómico de la Unión Soviética.
¿De qué se valió George A Romero para recrear el fin de la civilización en una película clase “B” cómo esta?, la respuesta: los diálogos, pues al colocar información sobre lo que estaba pasando en el mundo con la hecatombe desde una radio o un televisor, le dio un aire de veracidad noticiosa al emular la narración de los locutores como los que se escuchaban en los medios del momento. Además de ello, aprovechó al máximo sus escasos recursos de filmación, dado que reservó el maquillaje para los zombies enfocados individualmente y se valió de las sombras para grabar a la horda que se aproxima a la casa donde se resguardan los protagonistas. Un par de locaciones, algunos actores para el elenco principal y otros tantos para los extras, algo de utilería y voces radiofónicas, todo bajo el económico rodaje a escala de grises dieron como resultado una cinta que escenifica la caída de la sociedad tal y como la conocemos ante una pandemia zombie, sin dudas, Romero hizo mucho e impresionó a tantos con tan poco, lo que le otorga el título de ser un director verdaderamente magistral.
Sus luces no sólo se limitan a la dirección, sino también al guion que escribió junto a John A. Russo, y es aquí donde Hernán Schell opinó: “Es muy limitado pensar en La Noche de los Muertos Vivientes como una simple película de zombies, la historia ofrece un análisis de la sociedad norteamericana del momento, ya que muestra la dinámica de las tres clases sociales, las cuales están representadas por los personajes de la película”. Bajo esta premisa, Schell se refirió a Ben (Duane Jones) como el representante de la clase baja al ser un hombre negro trabajador, a Barbra (Judith O’Dea), Tom (Keith Wayne) y Judy (Judith Ridley) como los de la clase media al estar menos familiarizados con las labores manuales. En cuanto a la clase alta, Harry (Karl Hardman), Helen (Marilyn Eastman) y Karen (Kyra Schon), son quienes la conforman debido a sus aires refinados.
Alerta de spoilers
De aquí en adelante, el filme funge como una analogía donde la clase baja se da a la tarea de cumplir con el trabajo sucio en beneficio tanto propio como para los otros dos estratos superiores (que se ensucian menos o no lo hacen en lo absoluto), pues Ben salva a Barbra y formula el plan de escape hacia el campamento de refugiados proponiendo su camioneta para ello. No obstante, sus esfuerzos no son apreciados por Harry quien cuestiona su liderazgo además de negarse a abrirle la puerta cuando Ben estaba siendo perseguido por los zombies. Tal suceso es una representación de las tendencias pacifistas de los sesentas, dado que ejemplifica cómo la clase baja es usada como instrumento para luchar las guerras en las que la clase alta acepta participar pero no de manera activa (Harry no acompañó a Ben hacia la noche infestada por muertos vivientes). Al final de la película, Ben es asesinado de un tiro en la cabeza cuando un grupo de voluntarios lo confunden con un no-muerto, lo cual es un suceso tragicómico por su ironía, en vista de que él fue quien más luchó por sobrevivir. El final puede interpretarse como una crítica al statu quo donde la clase baja sale perdiendo por más que se esfuerce.
En fin, desde series como The Walking Dead y sus derivadas, incluso hasta videojuegos como Red Dead Redemption: Undead Nightmare; Night of the Living Dead es un referente obligatorio en el subgénero de los zombies que demostró cómo el cine clase “B” es un pilar fundamental en la cultura pop y una fuente de obras cinematográficas con contenidos que van más allá de un grupo de actores haciendo de criaturas aterradoras con maquillaje barato.
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