
Descarnada, triste y pesimista es la visión de Billy Wilder sobre el mundo de la fama aunque en un sector bien privilegiado: el universo del cine en Hollywood, al que el mismo autor se encargaría de radiografiar en otra de sus obras “Fedora” (1978).
Por @MaxiMDQ83
Encontraremos con facilidad a lo largo de la historia del cine, varios títulos que han pretendido acercarse a una realidad que los toca de cerca y que retrata el mundo del celuloide por dentro, ese que no perdona al tiempo. Bastan dos ejemplos fundamentales: en un similar acercamiento al ocaso de una diva, Robert Aldrich dirigió “Que fue de Baby Jane?” (1962). Mientras Elia Kazan, en un tono más personal, nos ofrece “El Último Magnate” (1978).
La historia parte desde la visión de Joe Gillis, guionista cinematográfico, quien cuenta en flashback su relación con la actriz Norma Desmond, una estrella del cine mudo en decadencia que vive en una mansión del Sunset Boulevard, donde el tiempo parece haberse detenido, acompañada de su mayordomo, primer marido y descubridor, Max von Mayerling. Su aspiración es retornar al cine a través de “Salomé“, guión sobre el que trabaja Gillis, que se convierte sucesivamente en amante, primero dominado y luego víctima de la actriz.
Más allá de la siempre imponente figura de un actor protagónico de raza como William Holden, Gloria Swanson probablemente entrega la mejor actuación de su carrera, violenta e impresionante, su personificación reúne las características que Wilder bien se encarga de plasmar en la historia: el deseo de recuperar el esplendor perdido y -con este fin como meta- la justificación del uso de los medios más cínicos para llevar dicha tarea a cabo. La expresividad de Swanson -como don natural de una actriz de formación en el cine mudo- contribuye a retratar una figura de diva tan narcisista como manipuladora, tan falaz como desagradable.
Lejos de ironías, el realizador ataca de frente al ambiente de las estrella, impiadoso con sus estrellas envejecidas, resultando el film una directa critica a los excesos, omnipotencias y pecados de la fama. Retrato filoso acerca del egoísmo de las figuras de poder y del intento casi desesperado por recobrar la notoriedad perdida, el film gira a través del magnetismo que despliega el personaje de Swanson. Exponente de la narración clásica, Wilder construye un film impecable, tanto en cuanto a su estructura argumental como visual, resultando su obra en un estudio psicológico de estos personajes guardados en el olvido más recóndito de Hollywood.
Al tiempo que funciona como un homenaje a las leyendas del cine mudo que se vieron desplazadas a la llegada del sonoro, el film rescata con emotividad a glorias del cine mudo como Buster Keaton, Cecil B. De Mille y Eric Von Stroheim. Algunos de los tantos ilustres, quienes se vieron imposibilitados de adaptar su arte a semejante cambio. El director de origen austríaco ejercita una mirada autocrítica que contribuya a reflexionar y aportar una cuota de sensatez y de profundidad a un ámbito trivial, impiadoso y preso del alto costo que conlleva la exposición al mismo.
En una lectura crítica y evidente del film a los riesgos de la fama y a su fugacidad, “El Ocaso de una Vida” es un clásico inoxidable, tan cruda como desesperanzada. Una visión negra y desoladora, por medio de la cual Wilder añora las épocas pasadas y critica a la sociedad americana de su tiempo, más apegada al ingenuo del esperanzado estrellato, que a una realidad que castiga impiadosa a las glorias del pasado.
Título original: Sunset Blvd.
Año: 1950
Duración: 110 min.
Dirección: Billy Wilder
Guión: Charles Brackett, Billy Wilder, D.M. Marshman Jr.
Música: Franz Waxman
Fotografía: John F. Seitz
Reparto: William Holden, Gloria Swanson, Erich von Stroheim, Cecil B. DeMille, Buster Keaton.
Productora: Paramount Pictures
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