
Adolfo Aristarain se ha ganado un lugar importante en la historia de la cinematografía argentina. Desde “Martín Hache” (1991) -quizás su película más vista- hasta “Roma” (2004), pasando por “Un Lugar en el Mundo” (1992), su obra está atravesada por la calidad y una ejemplar coherencia estética. Fue uno de los pocos que se animó a hacer cine en serio en medio de la farsa de la dictadura, y tres joyas absolutas lo demuestran: “La Parte del León” (1978), “Tiempo de Revancha” (1981) y “Últimos Días de la Víctima” (1982).
Por @MaxiMDQ83
“Últimos Días de la Víctima” (1982) resulta el molde perfecto de cómo este gran cineasta concibe el cine. Su sensibilidad nos permite descifrar la personalidad y los sentimientos de los seres que crea, y en esta ocasión la dupla que formó con Federico Luppi resultó antológica, al tiempo que recrea algunos moldes estilísticos que prefiguraron el cine negro literario y cinematográfico.
En 1982, militares argentinos desembarcaron en las Malvinas. Un triste corolario reflejado en la Plaza de Mayo que los vivaba, y que se sumó a La Noche de los Lápices, al circo montado en el Mundial ’78 y a tantas otras barbaridades. Es triste recordarlo, pero necesario para adentrarnos en el contexto de una Argentina convulsionada y agónica, inmersa en una crisis política, económica y social. La prensa tergiversaba verdades, chicos de apenas 20 años morían inexplicablemente, defendiendo un maltratado orgullo patrio allá en el austral Sur y el resabio de los militares seguía censurando y matando. Entre ese panorama desolador, un joven Adolfo Aristarain asomaba su talento y nos regalaba una pieza de buen cine.
Otro cerebro pensante, profundo, filósofo, pluralista y mucho más sano que una cúpula corrupta e infame, también nos deleitaba con sus obras: el genial José Pablo Feinmann. Basada en la novela del destacado escritor y filósofo, la película tiene una trama que hereda el corte estético del cine negro de Fritz Lang de los años ’40 y el personaje de Luppi bien podría emparentarse a los eternos héroes de la novela policial Sam Spade y Philiph Marlowe. El protagonista de la historia interpreta a un asesino a sueldo inescrupuloso y metódico, cuyo mundo interior transmite sordidez. He aquí la pieza clave de esta trama compleja, inquieta e impredecible. El film, por su tratamiento de la paranoia, es un homenaje al mejor cine negro y al suspenso psicológico, abordando atmósferas que no eran habituales en nuestro cine. Hay citas cinéfilas que el nutrido en el género noir policial reconocerá: desde “Johnny Guitar” (1954), pasando por “A Quemarropa” (Point Blanket, 1967) o el mismísimo Alfred Hitchcock.
Subliminalmente, la mentira no podía perpetuarse: el film tiene una doble lectura. La chatura militar no supo verlo. Un asesino despierta, empieza la incertidumbre, la paranoia; una búsqueda constante del sentido de lo que sucede entre tanta ambigüedad. Allí aparece una rubia debilidad; el objeto del deseo se convierte en una obsesión. Este asesino es argentino, pero también es la propia Argentina pese a su enorme coraza que no deja ver. Aristarain nos enseña el cansancio de la incomprensión, el cuestionar lo que veo y me rodea, casi como un mandato metafísico. Nos hace preguntas, nos obliga a que nosotros nos las hagamos, nos quiere despertar de una siesta eterna: nos llenaron la cabeza de mentiras. Como un cine de autor comprometido, nos interpela.
Hay algo fascinante en la novela y que trasciende hacia el film. Atrae por completo este puzzle donde hay elementos que no encajan, donde el espectador permanentemente recopila datos y afina la mirada para no dejar escapar nada y agudiza los sentidos para dar verosimilitud a lo que está viendo. Pero Aristarain se prueba más inteligente que todos nosotros y el film tendrá lecturas múltiples que nos conmoverán el nervio más íntimo: el del propio ser nacional. Lo que se dice, un thriller hecho a la perfección. Pero aún más que eso, “Últimos Días de la Víctima” es más que un cine de género. Es una radiografía que analiza profundamente nuestro mundo, movido por el vil dinero, más que las armas, el poder, o el sexo.
El director transmite de forma directa y sin rodeos ese clima exasperante de incertidumbre y desasosiego. Nunca será políticamente correcto ni demasiado austero. Su lema cinematográfico es un cine de carne y hueso, un pulso constante; cercano y artesanal. Conoce su país y su gente, sus calles y sus miserias. La cámara es nuestros ojos, así miramos esa urbe cotidiana y reconocible (Buenos Aires), crispada y tensa. Parece que la historia está inmersa en un micromundo kafkiano. Algo se quebró, Argentina es una gran mentira y esos seres anónimos que deambulan por sus veredas parecen cómplices. Estas dudas existenciales van conformando un sólido thriller que traslada ese universo de detectives sacados de la mejor novela negra a un contexto político histórico nefasto, estéril de ideas pensantes y libres.
Título original: Últimos días de la víctima
Año: 1982.
Duración: 94 min.
País: Argentina.
Dirección: Adolfo Aristarain.
Guion: Adolfo Aristarain y José Pablo Feinmann.
Música: Emilio Kauderer.
Fotografía: Horacio Maira.
Reparto: Federico Luppi, Julio De Grazia, Soledad Silveyra, Ulises Dumont, Carlos Ferreiro, Mónica Galán, Norma Kraider, Enrique Liporace, Arturo Maly, Noemi Morelli, Pablo Rago, China Zorrilla y Elena Tasisto.
Productora: Aries Cinematográfica Argentina.
A Mendizábal, un asesino a sueldo, sus anónimos clientes le ordenan un nuevo asesinato. Pero en la persecución, precisa y obsesiva, descubrirá que solo forma parte de un juego que no le pertenece, de una cadena al servicio de intereses mayores.
*Esta crítica fue publicada originalmente por el autor en el boletín municipal platense “Los Escritores y el Cine” (año 2009) y en el sitio web español EnClave de Cine (año 2010).
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