
Un metraje encontrado e inteligente enlace de planos y sonido que juega con el espectador minuto a minuto. Tampoco es apta para cualquiera.
Por @living_like_john_wayne
En el año 2050, cuando los cinéfilos vean hacia atrás para rememorar films de antaño, notarán un paréntesis y este será el del “cine hecho durante la pandemia”. Debido a las reestricciones, muchas películas se han realizado bajo cuatro paredes o se utilizó la claustrofobia como principal elemento de suspenso. Skinamarink entra en ese apartado.
Propulsado por Heck, un corto que el mismo director publicó en youtube en el año 2020, Kyle Edward Ball demuestra su armamento minimalista (y de bajo presupuesto: solo 15 mil dólares) en tono The Blair Witch Project.
Con la inocencia propia de la edad, Kevin y Kaylee, dos hermanitos pasan su tiempo viendo caricaturas en la tv de una oscura habitación. Ambos ignoran el peligro que les acecha: las habitaciones cambian, los objetos se mueven y sus padres desaparecen.
Cualquiera que vea Skinamarink se planteará en algún punto del film que diablos está viendo. En el apartado visual y técnico el espectador no tendrá otro remedio que someter a la cinta a varias preguntas que no van a obtener otra respuesta que el juego perverso de la incomodidad. Un excesivo granulado, planos extraños, sonidos desconcertantes y actores cuyos rostros brillan por su ausencia.
Todo esto es el engranaje perfecto para crear la aterradora atmósfera que se extiende durante todo el metraje, con la curiosidad como motor principal. Al igual que los niños protagonistas de la historia, nosotros también caemos en la trampa de seguir viendo, de afinar la vista, de avanzar un poco más en esta retorcida experiencia para tratar de descubrir y/o vislumbrar su macabro final.
Y es ahí donde reside el ingenio de esta película, en contar una historia terrorífica con pequeños elementos perfectamente seleccionados a través de un visionado abrupto y tosco que nunca llega a provocar el hastío, más bien dan ganas de seguir mirando hasta el final. Un inteligente enlace de planos y sonidos que juega con nosotros a cada minuto.
Encriptada en el género “found footage”, Skinamarink recuerda mucho a la época VHS, pero también a sus coterráneos, ya sea REC (2007), Actividad paranormal (2007) o Gon Ji Am (2018). Todas estas películas tienen como una herramienta importante el factor sorpresa (o “jumpscares”), y eso Skinamarink lo sabe muy bien y lo usa como viento a favor.
Por su parte, Skinamarink hace un notable uso del fuera de campo, del sonido y de la edición. Con la premisa de “menos es más”, el miedo se apodera del relato porque no se sabe a ciencia cierta a que clase de enemigo se enfrentan. Sin forma y sin cara, solo se siente una atmósfera pesada y malsana.
El “found footage” supo sacar buenos productos y dar buen rédito económico. Blair Witch significó una ganancia abismal y Skinamarink también; cosechó más de 2 millones USD al día de hoy. Pensando en frío, tranquilamente podría ser el laburo de un estudiante de cine porque está todo al alcance (un departamento, 4 actores, una TV). Eso sí, un trabajo hecho y derecho, casi sin fisuras.
Hay que admitirlo, Skinamarink es una película que cuesta ver y no es para todo público, pero una vez sobrepasado el umbral de su ingeniosa provocación, no hay vuelta atrás.
PUNTAJE: 8/10
Título: Skinamarink
Dirección: Kyle Edward Ball.
Guion: Kyle Edward Ball.
Cinematografía: Jamie McRae.
Reparto: Lucas Paul, Dali Rose Tetreault, Ross Paul, Jaime Hill.
Compañías productoras: Mutiny Pictures, ERO Picture Company.
Distribuidora: BayView Entertainment, IFC Midnight, Shudder.
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