[REVIEW] The Crown – Temporada 5

Una nueva década avanza y la familia real se enfrenta a lo que, posiblemente, sea su desafío más grande hasta entonces: el cuestionamiento del papel que la monarquía desempeña en el Reino Unido de los años noventa.

Por @mauvais1

La danza del palacio comienza esta quinta temporada centrándose en la historia la princesa de Gales, Diana Frances Spencer, Lady Di. Esa que que se entretejió en sus devaneos y que continuará pesando por mucho tiempo sobre la familia real. De demás está decir que el culebrón promete. Este melodrama cortesano de la más exquisita factura técnica es una declamación con toda la flema británica que le puede caber sobre la familia real. Una carta de amor, supimos decir. Una exhortación sobre los pobre niños ricos. Una mezcla que en su pretenciosidad, intriga.

La humanización de los protagonistas, que se han pasado su vida demostrando lo contrario. La flema que prácticamente los vuelve incomprensibles cuando quizás solo quisieron parecer ideales. La sublimación máxima ahora destrozada por los sentimientos, esa imperfección que sí comparten con el resto. Nada nuevo hasta aquí. Si se llega hasta esta serie en busca de crudeza o drama cáustico o un mordaz retrato, no lo hallarán en absoluto. Bajarlos a la imperfecta humanidad parece solo un recurso para acercar a sus protagonistas al espectador, imbuirlos de ese halo de criatura atrapada en un despótico e insensible universo alterno y así atraernos con sus luchas por sobreponerse. Miserias de escaparate, ruindades de escenario de prestigio.

La quinta temporada, luego de una anterior que dejó la vara bastante alta, transcurre en la década de los noventa. Una suerte de estrafalaria era en un mundo de políticas liberales, recesiones económicas y, para la casa real británica en particular, período de mucha tensión y escándalos. Tras la salida de la era Thatcherista y su liberalismo, la nación enfrenta a la recesión, y es cuando se presenta junto al Primer Ministro un desconocido John Major, el primer conflicto que, como gusta al guionista y creador de la serie Peter Morgan, será alegoría del resto de la temporada.

El yate de la reina Isabel, el HMY Britannia, botado al mar en 1954, en uno de los viajes vacacionales tiene varias roturas y futuros arreglos que son de una pequeña fortuna en gastos. El viejo yate es para algunos símbolo de una era, un reinado y, por sobre todo, un legado. Pero es también visto como algo vetusto y anticuado, ya más listo para el desguace que para una gran inversión en tiempos de ajustes y decadencia económica. Las razones que nos presentan sucintamente se fundamentan en el valor de su existencia, que trasciende el escrutinio público y se aloja en los protagonistas. Rencillas truncas que parecieran de eras atrás se revalorizan, y esto es uno de los aciertos en su extenso y dramático clima, porque en esta temporada cierran esos conflictos, dotándola de una atmósfera cíclica. La pena es que sus finales son poco explorados justamente en eso, el drama. Vaya a saber uno si es una imitación del tono que los protagonistas asumen o solo se debe la sempiterna simpatía que el guionista muestra hacia ellos.

Es gracias al enorme elenco con que cuenta que, aunque con muchas dificultades en cuanto a profundidad de los sucesos, sale airoso el show de sus desgracias y felicidades, que bien visto son muy pocas. La tragedia es el condimento esencial, la vara con que se miden las criaturas que la pueblan. De ahí esa sensación de miserias de escaparate, ruindades de escenario de prestigio. Ciertamente es una ficción, una puesta de como podría ser, pero aún así la escenificación está dada para el enaltecimiento. La hamartia de Elizabeth II, de esta excelente Imelda Staunton, la coloca casi a la altura de una Hécuba de Eurípides. Ejemplo burdo, nos disculparán, pero notarán al introducirse en la serie que cierto halo de tragedia clásica se respira y nada tienen que ver los elegantes salones o el soberbio diseño de vestuario. Es por ellos (decimos vez más y no nos cansaremos de repetir), los interpretes, que el convite no llega a sonar declamatorio, aunque algo forzado ha sido siempre. Julian Fellowes ha construido varios éxitos masivos con esos decires, pero aquí pareciera, haber un esmerado mimo en los diálogos. Y particularmente en el simbolismo que cruzan los episodios y sus tramas.

Si llama la atención el poco protagonismo de la reina en esta temporada, es seguramente porque no se recuerda la anterior, estrenada en noviembre de 2020, con detalle. Ya entonces se vislumbraba en su tramo final cómo las nuevas generaciones tomaban, en muchos sentidos, el relevo. Cómo se perfilaba la historia, que es por lejos y quizás para lamento de los fans de Elizabeth, lo más jugoso de este reinado: Diana, Carlos y el fantasma de Camila. La llegada de la familia Al‑Fayed, con Mohamed (Salim Daw) y su hijo Dodi (Khalid Abdalla), los conflictos de los otros príncipes- todos maritales – hace indispensable, diremos, que se corra un tanto el foco de los protagonistas.

Irónicamente, la revalorización de esta familia se da en un contexto ficcional y cuando se los cuenta como algo obsoleto e incapaz de aggiornarse. La trampa se tiende entonces sobre el espectador porque surge el príncipe Carlos (Dominic West) como alguien capaz de notar, junto a este, este estanco. Un apasionado y furioso testigo de lo que sucede. Claramente una oposición que intenta equilibrar el valor de Lady Dy.

Promediando la temporada, ya en ruta hacia el tramo final, el autor parece querer retomar su viejo habito poético sobre el cómo en el relato y no tanto el por qué. Las disculpas se suceden con una frecuencia inusitada, aunque con voces asordinadas se mente el escepticismo del público. No es una mala idea, solo que a esta altura se notará más que nunca el relato por sobre la valoración. The Crown, de todas maneras, sigue siendo una de las mejores series de Netflix. Tal vez esté primera entre ellas, por el cuidado de producción y por el esmero en un casting no solo con rasgos físicos asociables, sino que también por la versatilidad dramática que estos ofrecen. No será para nadie sorpresa habiendo nombres como Jonathan Pryce como Philip Duque de Edinburgh o la brillante Lesley Manville como la Princesa Margarita. Y claro, Imelda Staunton sustituyendo a Olivia Colman (que a su vez tomó el lugar de Claire Foy) como la reina Elizabeth. La lista es larga y las sorpresas variadas.

Siendo reos de las listas de spoilers que debemos respetar, no diremos más. Sí que no ha sido un viaje tan inmersivo como el vivido en la temporada anterior, es verdad, pero sigue siendo un drama interesante. Logran atrapar con historias que bien valen un culebrón de media tarde, que no es desmerecimiento alguno. Personajes menos complejos pero con un carisma atractivo, en medio de una de las más fastuosas series de las que se tenga memoria. No hay malicia. Solo un somero paseo, un teatro que escenifica la obra universal, con el condimento de que allí hay rostros y nombres reconocibles que para muchos han sido un misterio fascinante a resolver, o tan siquiera soñar que se los ha llegado a conocer.

Estreno en Netflix el 9 de Noviembre.


Título: The Crown (2016 – 2022)

Direcció: Peter Morgan (Creador)

Guion: Peter Morgan

Reparto: Imelda Staunton como la Reina Isabel II, Jonathan Pryce como el Duque de Edimburgo, Lesley Manville como la Princesa Margarita, Dominic West como el Príncipe Carlos, Elizabeth Debicki como la Princesa Diana y Olivia Williams como Camilla Parker Bowles. Jonny Lee Miller toma el papel de John Major. También aparecen Claudia Harrison como la Princesa Ana, Marcia Warren como la Reina Madre, James Murray como el Príncipe Andrés y Sam Woolf como el Príncipe Eduardo. En el papel de los jóvenes príncipes estarán Timothée Sambor y Senan West como el Príncipe William y Teddy Hawley y Will Powell como el Príncipe Harry. Prasanna Puwanarajah es Martin Bashir, Salim Daw es Mohamed Al Fayed y Khalid Abdalla

Compañías: Netflix, Left Bank Pictures, Sony Pictures Television International

Pronto se cumplirán 40 años del ascenso al trono de Isabel II (Imelda Staunton), quien reflexiona sobre un reinado que vio pasar a nueve primeros ministros, la llegada masiva de la TV y el ocaso del Imperio británico. Sin embargo, nuevas luchas se avecinan. El colapso de la Unión Soviética y la transferencia de soberanía de Hong Kong son señales de un cambio radical en el orden internacional, que le presenta desafíos y oportunidades. Mientras tanto, los problemas se están gestando más cerca de lo que se imagina. El príncipe Carlos (Dominic West) presiona a su madre para que le permita divorciarse de Diana (Elizabeth Debicki), lo cual representa una crisis constitucional para la monarquía. Los rumores crecen mientras el público ve cómo marido y mujer viven prácticamente separados. A medida que el escrutinio de los medios se intensifica, Diana decide tomar el control de la narrativa, romper con el protocolo de la familia, publicar un libro que socava el respaldo público de Carlos y exponer las grietas entre los Windsor. La tensión aumenta cuando entra en escena Mohamed Al‑Fayed (Salim Daw), quien, impulsado por el deseo de ser aceptado en las más altas esferas, utiliza sus riquezas y poder para ganarse un asiento en la mesa real para él y su hijo Dodi (Khalid Abdalla).

Acerca de Marco Guillén 4338 Articles
Aguanto los trapos a Jordi Savall. Leo ciencia ficción hasta durmiendo y sé que la fantasía es un camino de ida del que ya no tengo retorno.

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