El pronombre no se refiere a mí ni a vos, se refiere a él. Pero, ¿Por qué no unir lo que expresó con lo que yo leo, con lo que ustedes leen? ¿Qué leemos cuando leemos a Jorge Luis Borges?
Por @MLauParedes
Sin dudas, el título autoreferencial nos muestra un autor que reflexiona sobre su propia persona, sobre lo que es y sobre lo que los otros creen ver. Se construye a través de las palabras y se aleja -o intenta alejarse- de esa estatua eterna en la que se ha convertido.
Se nos presenta más cercano a nosotros, pensando en eso en lo que las letras y la fama han establecido como verdad. Esa duplicidad nos envuelve y nos coloca en esa situación en la que uno trata de conocerse y de entender quién es o quién queremos o creemos ser.
«Borges y yo» es un relato corto que está incluido en el libro El hacedor (1960). Su lectura nos lleva unos pocos minutos. Sin embargo, nos acerca a su figura y literatura y reflexionamos junto a él sobre su identidad y ambivalencia. Entramos en ese juego y tratamos de descifrar quién es quién, cuál es cuál, quién es ese «yo» que habla e intenta definirse frente a ese otro tan cercano. Es una ráfaga de pronombres que nos pierde a propósito, que se burla de nuestra capacidad intelectual y del sentido que encontramos. ¿Cómo saber si realizamos la lectura correcta?
Aquí, les dejamos el texto para que ustedes saquen sus propias conclusiones. Quizá la que hagan sea una relectura, seguramente mirarán cosas que en un primer acercamiento no percibieron. Pero, esta literatura, aunque compleja, se disfruta y nos lleva a mirarnos para comprender de qué forma nos construimos y nos mostramos.
Este texto nos demuestra que no hace falta escribir historias interminables para generar un efecto profundo en el lector y darle una historia que lo conmueva y lo lleve a pensar. Con solo un par de párrafos, Borges nos invita a su universo y nos desafía a conocerlo desde sus dudas sobre él mismo.
Borges y yo
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Estupenda como siempre Gracias por compartirlo
¡Gracias a vos por leernos!