[4B Recomienda] «Yannick» y «Daaaaaali!», de Quentin Dupieux

En la última edición del Festival de Mar del Plata se pudieron ver muchas películas de distintos países y géneros, pero sin dudas los puntos más altos fueron los dos largometrajes del realizador francés Quentin Dupieux. Uno de ellos es desde una obra de teatro y el otro dentro de la vida del famoso pintor Salvador Dalí.

Por Luca Kuretzky

En Yannick transcurre una obra de teatro hasta que, de repente, alguien del público se para y dice en voz alta que lo que está viendo le parece muy malo. Una película que dura poco más de una hora y que transcurre en una misma locación. Mientras que en Daaaaaali! (así, con seis «a») se narra la historia de una periodista que quiere conseguir una entrevista documental con Salvador Dali, pero este le complicará las cosas para la realización.

Yannick tiene como momento inicial una obra de teatro. Es interesante lo que hace Dupieux con la cámara porque va mostrando las distintas reacciones del público: riéndose y pasando un buen rato; pero llega un momento donde el ángulo cambia y lo muestra a nuestro protagonista. Su cara es seria y está sumergida en la oscuridad medio a contraluz. Luego, pasa lo inesperado: se para y dice que la obra es mala. Frente a esto, los actores se quedan tiesos, el público se sorprende y nadie sabe bien qué pasa. A partir de eso es que el director de Mandibulas construye una de las comedias del año.

Una película que se toma el trabajo de reflexionar sobre el rol del espectador en el arte, para bien y para mal. Y que tiene momentos inolvidables en tan solo poco más de una hora de metraje. Nunca se olvida de ser entretenida y de ser extraña como toda la carrera de Quentin Dupieux. Rara no por algo de otro mundo, sino por el simple hecho de que esa situación en el teatro es extraña. Construye un mundo propio con reglas propias (tanto cinematgoráficas, como para el universo de la película) que logran que algo anormal se transforme en normal. Lo mismo sucede en el otro film presentado.

Daaaaaali! cuenta la historia de una periodista que quiere entrevistar al gran Salvador Dalí, pero no se le va a hacer tan fácil como parece. En ese gag precioso del inicio es cuando el personaje del famoso pintor avanza por el pasillo, el plano corta y éste sigue estando en el mismo lugar. Ahí donde está el alma de la película. El cineasta francés tiene esa habilidad increíble para lograr que el público soporte su absurdez. No molesta en lo más mínimo que el universo del film sea inverosímil porque lo construye desde la primera secuencia.

Es una película de loops (o bucles) insoportables pero divertidos que juegan con el espectador constantemente (solo faltaba que un personaje hable directo a cámara). Una película en la que, la repetición de la letra «a» en el título, se justifica dentro de la misma. Con esto, podríamos decir que Dupieux ya nos lo iba avisando con el nombre del largometraje.

El filme es divertido y extraño, al igual que toda su obra. Uno no sabe bien donde está parado, pero tampoco importa. Como así en qué línea temporal nos ubicamos. La cámara utilizada como un elemento que recrea las pinturas de Salvador Dalí y varios de los mejores gags del año, construídos en base de repeticiones, ayudan a pensar cómo la vida se pasa siendo siempre lo mismo. Y ahí es donde nace una reflexión perfecta sobre el paso del tiempo.

En definitiva, Quentin Dupieux logra hacer lo que quiere con el lenguaje del cine. Lo transforma y lo redefine constantemente. Él no tiene ningún manual fijo, aunque haga lo mínimo e indispensable. Todos los personajes son seres como uno mismo, pero que están viviendo con total normalidad situaciones que a uno mismo le parecerían raras. Desde sus primeras películas y hasta el día de hoy, Dupieux tiene un concepto muy claro: normalizar lo que claramente podría ser anormal.


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