“… don Quijote, por sí sólo, sería penoso y peligroso, como lo es la utopía cuando violenta la realidad, creyendo que la meta lejana ha sido alcanzada, confundiendo el sueño con la realidad e imponiéndoselo con brutalidad a los otros, como en las utopías políticas totalitarias”.
Claudio Magris
Por @mauvais1
Título original: The Hunger Games: Mockingjay Part 2
Año: 2015
Duración: 137 min.
País: Estados Unidos
Director: Francis Lawrence
Guión: Danny Strong (Novela: Suzanne Collins)
Música: James Newton Howard
Fotografía: Jo Willems
Reparto: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Sam Claflin, Liam Hemsworth, Donald Sutherland, Julianne Moore, Natalie Dormer, Gwendoline Christie, Philip Seymour Hoffman, Robert Knepper, Stef Dawson, Elden Henson, Evan Ross, Mahershala Ali, Wes Chatham y Omid Abtahi
Productora: Color Force / Lionsgate
La cinta anterior se detuvo en el momento en que Peeta intentaba liberarse de las ataduras; ella detrás del vidrio observa, cual testigo, el poder de destrucción que es capaz de tener el presidente Snow. Katniss, afuera en la penumbra, Peeta en la fría y cegadora luz de la verdad, en la locura de ser víctima que liberada es una vez más puesta en confinamiento. La tortura es un medio que utiliza el presidente para preparar el golpe maestro. El asesino que podrá acercarse. O si no, el recuerdo patente de lo que sucede a quien esté de parte del Sinsajo.
Con el cuello magullado, con las voz rota, sin comprender.
Esta última entrega comienza apenas concluye la anterior. Como si solo hubieran transcurrido hace horas o días. Pero si el juego, el bendito juego era turbio, ahora es desquiciante. En el distrito 13 la guerra sigue en marcha, el levantamiento es generalizado, y con las “propo” con el Sinsajo como estrella de cine alimenta la rebelión. Una que a pesar de ella, envuelve a los suyos en una espiral de masacres y una contra ofensiva aún más devastadora.
Francis Lawrence, director de las tres últimas entregas de la saga ha sabido llevar esa tarea, no sin algún sobresalto. Tal vez la división del último libro en dos películas no ayude demasiado a mantener ese espíritu oscuro y derrotista que inspira el original en papel. Pero obviando eso, sí ha podido retomar el carácter mucho más complejo que abordara en la parte 1. Con una Jennifer Lawrence que capta sin problemas el conflicto por el que Katniss pasa. Porque ella es sólo un mero comparsa en una lucha que supera lo bélico, una pelea que tiene que ver con maneras de concebir el mundo. El mensaje político sobrevuela la cinta como un fantasma tenebroso, que deja entrever que ambos bandos parecen perder el objetivo inicial en aras de sólo triunfar, de ganar a costa de cualquier precio. La destrucción es vasta y profunda, se ve en ciudades desmoronadas y gigantescos hoyos de bombardeos, en cuerpos carbonizados y retorcidos por el dolor.
Phillip Messina (diseñador de producción) nos muestra un mundo arrasado, gris y otoñal, un mundo que recuerda a las ciudades liberadas de la segunda guerra. Es frío, todo lo es, hasta la misma luz que se filtra por los recovecos de los edificios agujereados. El colorido de Capitolio que viéramos en las dos primeras entregas ha desaparecido. Construida casi en su totalidad en la monocromía, con esa desaturación de la paleta, es como estar en un invierno desolado. Un septiembre de 1945.
Si hablábamos antes de que tal vez la división de la película no acompañe, sí ayuda para que los diferentes personajes respiren y podamos ver pequeños, casi insignificantes cambios, que hacen las historias algo más profundas y aviesos a sus participantes. La Presidenta Alma Coin, que construye con buen tino Julianne Moore, deja de a poco vislumbrar su juego. Al igual que un acertado y poco aprovechado Philip Seymour Hoffman, debido a su lamentable desaparición. Uno no deja de pensar en cierta escena que tuvo que haber protagonizado y no fue.
Katniss cansada de verlo todo solo a través de lo que le cuentan, decide que es tiempo de realmente liderar la lucha. Es entonces que la cinta recupera el ritmo. La aventura es un nuevo juego, lo rico de la situación es saber que esta vez no solo juega ella por su vida, sino que por la liberación de toda una nación. Gale, Boggs, Cressida, Jackson, Messala, Pollux, Castor, todos ellos son como los argonautas de la Odisea, los héroes de Troya. Pues se embarcarán en el viaje final, uno que los llevará al mismo corazón de la lucha. La ciudad del Capitolio es la Troya a vencer y ellos los guerreros que darán el golpe maestro, cual caballo de madera.
No deja de llamar la atención que el diseño de vestuario, realizado por Kurt and Bart, dote a los rebeldes de una pátina austera, casi monacal, con esos overoles y chaquetas que recuerdan mucho a la Rusia Stalinista. Colores neutros; marrones y gris cemento que combinan perfectamente con los oscuros pasillos y salas que habitan. Viven en la penumbra solo iluminada por pantallas y radares. Mientras que el presidente, un correcto y cínico Donald Sutherland y su mundo, es colorido, cálido, un dorado aristocrático y limpio, con una arquitectura que recuerda mucho a la adinerada nobleza dieciochesca. Verán, porque con mucho disimulo lo dejan expuesto, ambos bandos representan los extremos que tanto tememos en tiempos actuales. Un totalitarismo capitalista se enfrenta a una utopía socialista que se desborda, que se convierte de a poco en un totalitarismo de izquierda. No deja de venirnos a la cabeza la revolución rusa de 1917, el inicio de un nazismo que venía al rescate de una nación humillada. La presidenta con Beetee, interpretado por un desaprovechado Jeffrey Wright, su jefe de propaganda completa ese cuadro que de principio crea una sensación de malestar, de que no todo será el final deseado por esos que están en medio de una guerra de poder.
Haymitch Abernathy, Primrose Everdeen, Finnick Odair, Effie Trinket, Johanna Mason. Todos ellos están junto con Katniss y Peeta en el medio, simples peones necesarios que dan peso a la revolución. Triste pero cierto que representan a ese pueblo llevado por las narices hacia un cambio más extremo que el deseado.
Al final, solo quedan piezas.
La lucha concluye con ese final que uno quiere que sea feliz, pero tras tanta muerte parece más una victoria pírrica. Pocos quedan para atestiguar lo sucedido, con sus memorias llenas de heridas y pesadillas. Los veteranos quedan como testimonio, en ellos está solo vivir lo alcanzado a corto plazo. La reconstrucción es para los que vendrán después, esos hijos de almas rotas que repoblaran la devastada tierra. La muerte es un invitado frecuente, estamos en guerra. El odio visceral es motor y arma de esta guerra. Termina como queríamos que lo hiciera, pero no como sentimos que lo hace.
Hubo mucho que se perdió de la novela al ser trasladado por Peter Craig y Danny Strong al guión, sutiles imágenes de pesimismo, de lenta recuperación. Pero supieron dotar a la historia del ritmo y la continuidad necesaria para que podamos ver y escuchar lo que las páginas solo puede hacer sentir. Nos despedimos de la única saga distópica, hoy tan de moda, que estuvo a la altura de trasmitir un posible escenario, un laboratorio de ideas que ha sido siempre la ciencia ficción. 1984 de George Orwell, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Un mundo Feliz de Aldous Huxley, todas ellas vienen a la memoria cuando vemos esta tetralogía. Y eso es un buen augurio.
Be the first to comment