Hoy vamos a tratar de dilucidar la historia del Cruzado Encapotado que supuso una carta de amor al personaje de la mano de Neil Gainman y Andy Kubert en el 2009.
Por @diegui83
Sabemos que Neil Gainman es uno de los autores más reconocidos y prolíficos de Inglaterra y Estados Unidos. Entre sus trabajos que siempre tocan una fibra filosófica y metafísica se encuentra la multipremiada Sandaman, un relato que nos remite al mundo onírico.
En 2009, junto al artista Andy Kubert, nos trajo la que sería su carta de amor a Batman: una historia de muerte y renacimiento. Una historia que da para más de un re-lectura: En un bar situado en el callejón donde asesinaron a Thomas y Martha Wayne se dan cita aliados y villanos de todos los tiempos de Batman para su último adiós. En el improvisado velorio podemos ver a figuras como la Catwoman de la Golden Age, el Joker, Superman, El Acertijo de la serie de TV y muchos más. Todos están ahí, frente al féretro donde yace el cuerpo sin vida Murciélago. Pero él también está ahí, como un fantasma, quizás para una última despedida o una Experiencia Cercana a la Muerte y acompañado de una figura misteriosa que al final de la historia se revelará ante nuestros ojos y al de Bruce como alguien muy conocido. Cada uno de los que está en ese lugar para despedir al Cruzado Encapotado cuenta una historia diferente de su muerte, siendo la de Alfred la más emocionante, aunque también la más inverosímil.
Esta historia de Batman supone ser un homenaje al personaje, a toda su historia, y como podemos ver, es una historia llena de emociones y que nos replantea la idea de nuestro paso por este mundo. La muerte solo es una encarnación. Incluso cada día, cuando nos vamos a dormir, nos despertamos y renacemos. Así, Batman fue muriendo y renaciendo a través de toda su historia comiquera. Batman no puede retirarse, tiene que morir en batalla. Y cuál es su recompensa? Ser Batman. La muerte es el cambio necesario para el personaje. Que sea bueno, regular o malo queda a criterio del lector. Batman, entonces, es un símbolo, y como tal, no muere, solamente se reinventa y vuelve a nacer.
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