Inmenso Bastardo N°9: «El Padrino: Parte II» (1974), de Francis Ford Coppola

Bienvenidos a Inmenso Bastardo, la sección semanal en la que nos encargamos de explorar la historia del cine, pero con un detalle: Todas las películas que hablaremos en la sección duran 3 horas o más. Luego de un receso igual de extenso que las películas que analizamos, vuelve esta hermosa sección con una película que difícilmente deje fría a la audiencia. Estamos hablando de nada más ni nada menos que de la obra maestra El Padrino: Parte II dirigida por Francis Ford Coppola. ¿Qué tiene esta película de importante? ¿Hacia dónde estaba yendo el cine después de Cleopatra? Intentaremos responder estas preguntas, y algunas más.

Por @nicobarak

Pasaron 11 años desde el estreno de la última película de la sección, el inmenso desastre de Cleopatra (1963). Tal como habíamos comentado, el colapso económico en la taquilla de este film tuvo consecuencias directas en la industria. Como si fuera poco, las cosas no estaban del todo calmas en Estados Unidos y parecía que el cine no estaba a la altura como herramienta de transformación social. Frases como “El cine está muriendo” abundaron, y la televisión se iba ganando camino como herramienta de entretenimiento.

El problema, quizás, era justamente ese. El cine, frente al avance de la televisión como el entretenimiento del futuro, decidió ser aún más entretenido y comenzó esta batalla ilógica e infinita sobre quién gastaba más dinero. Pero hubo una generación de cineastas que frente a esta batalla del entretenimiento por el mero hecho de pasar el rato, tuvo una respuesta. Intentar abreviar o resumir los logros de este “Nuevo Hollywood” resultaría en algo enormemente complejo, pero por lo pronto podemos decir que tenían características en común que resonaban específicamente con el público.

Ya no era necesario viajar a las eras romanas o egipcias para tener dramas épicos. Ya no era necesario contratar a las estrellas más bellas y relucirlas en una campaña de promoción impoluta. Las estrellas de esta generación eran, al menos visualmente, igual que cualquier otra persona. Dustin Hoffman, Al Pacino o Robert De Niro no eran personas increíblemente bellas y bien mozas, pero es evidente que su talento como interpretes era innegable. Aun así, como ustedes imaginarán, estos son actores. ¿Qué hay de los directores?

Los directores eran, primordialmente, jóvenes. Francis Ford Coppola, por ejemplo, había cumplido 30 años hace poco cuando fue llamado a dirigir la primera película de El Padrino (1972), mientras que los directores de otras inmensas películas de Hollywood como Ben-Hur o Los diez mandamientos tenían, mínimo, más de 50. En el caso de Los diez mandamientos, ¡Cecil B. DeMille tenía 74! Era muy difícil que directores de esas edades logren tomar riesgos e identificarse con lo que las nuevas generaciones, influenciadas por la contracultura del momento, sentían y querían ver.

Es en esa situación donde un nombre importante aparece en escena. El productor de películas de bajo presupuesto, Roger Corman, se destacará en la época como un autentico descubridor de diamantes en bruto. Debido a que siempre manejaba poco dinero, no paró de darle oportunidades a personas del ambiente, ya sea tanto actores como directores jóvenes y debutantes. Personajes imprescindibles de la historia del cine como Martin Scorsese, Peter Fonda, Jack Nicholson o James Cameron comenzaron sus carreras bajo su tutela, entre muchísimos otros. Pero hubo otra persona bastante talentosa que también se dio a conocer con su ayuda y nos es especialmente relevante en la película de hoy. Estamos hablando del enorme Francis Ford Coppola.

Fue gracias a la oportunidad que le dio Corman que Coppola pudo, sorprendentemente, ser el encargado de adaptar la primera película de El Padrino. El libro original ya era un best seller, y la sensación que tenía Paramount Pictures, la productora, es que esta adaptación no podía fallar. No entraremos en detalles sobre esta primera película, porque lamentablemente se queda a unos 5 minutos de llegar a las 3 horas, y hay que ser justos con las reglas autoimpuestas. Si no respetamos nuestras propias reglas, ¿qué nos queda? Solo diremos que la película, como ya sabrá la mayoría, fue un éxito rotundo.

Lo que en realidad si habría que aclarar es que el rodaje de “El padrino” fue, como poco, complicado. Paramount no confiaba del todo ni en Coppola, ni en Al Pacino, ¡ni siquiera en Marlon Brando! Lo difícil que es equivocarse tanto… Pero es importante aclarar esto porque cuando desde Paramount le dijeron a Coppola que había que dirigir una secuela, él se negó rotundamente. El maltrato que recibió en la anterior producción le suplicaba que no vuelva a trabajar con ellos, por lo que se ofreció en ejercer de productor y buscar otro director joven que pudiera hacer la tarea. Ellos, en principio, le dijeron que si.

Luego de un tiempo, Coppola llegó alegre y atento a decirles a Paramount quién iba a ser el director de la próxima película de El Padrino, pero desde la productora le negaron su decisión, diciendo que bajo ninguna circunstancia esta persona iba a trabajar para ellos, y mucho menos en la secuela de El Padrino. Coppola entonces tuvo que decirle a su amigo italoamericano Martin Scorsese que Paramount no lo quería en la película y que debía seguir buscando más oportunidades laborales. Las vueltas de la vida, ¿no?

Luego de negociaciones en las cuales Paramount decía que si a todo con la condición de que la secuela repitiera la silla de dirección, Francis Ford Coppola queda nuevamente como director de El Padrino: Parte II. A partir de allí, y con el historial de la película original, Paramount fue bastante amable y la producción del film resultó pacifica y ordenada. Los milagros, evidentemente, existen. Es entonces ya momento de comenzar a hablar, por fin, de la inabarcable e imposible secuela.

El Padrino: Parte II, al igual que su predecesora, se encontraba en un momento muy particular de la historia del cine estadounidense. El clasicismo de las películas de los 40 y los 50 estaba en desuso, y películas como El graduado (1967) o Easy Rider (1969) comenzaban a ganar terreno por su dirección desenfrenada y sus polémicas temáticas. El sexo, las drogas y el rock and roll daban pie a obras muy populares y con las que los jóvenes podían identificarse. Pero Coppola, quien venía de estudiar cine en la UCLA (Universidad de Cine de Los Ángeles) conocía y disfrutaba de la construcción cinematográfica clásica.

Es ahí donde se encuentra ese rejunte de influencias que disparan un universo nunca antes visto en el cine de la época. Francis Ford Coppola podía mover su cámara lentamente con una iluminación extremadamente medida y un plano con composiciones perfectas al mismo tiempo que, por ejemplo, ponía una cabeza de caballo sangrando en la cama de un personaje o acribillaba a un personaje protagonista en el medio de un peaje.

Pero esos ejemplos son solo de la primera película. La segunda, en este caso, fue aún más allá. Con las mismas cabezas de equipo que en la película anterior, Coppola no se contentaba con hacer “más de lo mismo”. La historia de la primera película que contaba la caída y el resurgir de la familia Corleone en Nueva York dejaba abierta la puerta para que simplemente siguieran contando los devenires de la mafia, pero en vez de hacer algo así, la apuesta fue mayor.

La película cuenta, con dos líneas narrativas que se van entrecruzando entre sí, siendo por un lado la llegada de Vito Corleone a América, interpretado esta vez por un joven Robert De Niro, y por otro la situación en dónde queda Michael Corleone después de la primera película, como el jefe mafioso de la familia. La película va y viene en el tiempo, comparando y diferenciando las actitudes de estos dos personajes, al mismo tiempo que desarrolla cada una de sus historias.

Obviamente no fue el primero en utilizar flashbacks, pero esta libertad narrativa que se permitió de ir y volver entre épocas de 40 años de diferencia fue todo un desafío. Desde la cuestión artística, por ejemplo, esto implicaba construir decorados y elaborar vestuarios de dos momentos históricos distintos. A Robert De Niro se lo ambientaba en la Nueva York de finales de la década de 1910, mientras que Al Pacino y sus secuaces estaban en los finales de la década de 1950. Ambas construcciones, vale la pena aclarar, son grandiosas, pero a diferencia de la inmensidad de las películas del viejo Hollywood, la construcción de decorados se volvió una tarea de mucha mayor precisión y exactitud.

Quizás no tendremos miles de extras, ni gloriosas pirámides, pero lo que hace Dean Tavoularis, el director de arte de la película, es igual de sorprendente. Los decorados no son simplemente precisos históricamente. Desde la distribución de las mesas, hasta el uso de las sillas, todos los elementos del film quedan resignificados y cumplen roles fundamentales en la narración. Detalles como el orden en el que se sentaban las familias italianas en la mesa o como se mece una silla en la que un personaje está nervioso abren mundos de narración cinematográfica hermosos, que en vez de ir a lo grande, aciertan en lo pequeño.

Tenemos igualmente escenas y secuencias donde esta dirección de arte hace un show más expansivo con, por ejemplo, una secuencia en la que Michael Corleone viaja a La Habana, Cuba, en el medio del estallido de la revolución de Castro, o un festival callejero en el cual Vito deberá ir a matar a un matón de la ciudad. Todas estas construcciones, que si son un poco más explosivas que los momentos más íntimos, están también logradas con enorme precisión, pero no se privan de construir simbolismos y mensajes más allá del historicismo, resaltando aún más el valor del film.

Pero si hay que hablar de los momentos íntimos, es imposible no hablar de Gordon Willis, el director de fotografía del film. La manera en la que Gordon ilumina las escenas más importantes de ambos films, la película original y su secuela, cambiaron la historia de la fotografía cinematográfica. No, no estamos exagerando. Hay enormes momentos que son orquestados desde la iluminación, pero muchos de ellos son justamente construidos por la ausencia de esta misma.

La oscuridad y los claroscuros tienen un rol crucial en mostrar como Michael debate con políticos y mafiosos, generando ambientes únicos e icónicos. Esta oscuridad del film, con un tono amarillento y lúgubre resultaron increíbles para la época, que acostumbraba a iluminar de formas más convencionales y clásicas, y hoy en día resultan indispensables para entender lo que terminó siendo la sensibilidad de la generación de los 70 en Estados Unidos, que conectaba las formas de la narración, es decir, la fotografía, el arte y el sonido, a lo que quería contar. Lo que hicieron Nino Rota y Walter Murch en el trabajo sonoro, lo que hizo el equipo de montaje para editar la película. Todos los departamentos son llevados al máximo nivel posible, destacándose como una obra maestra completa.

Y si tenemos que entrar a hablar de las interpretaciones… El análisis sería más extenso que la propia película. Todos los personajes del film cuentan con actores inigualables. Desde John Cazale como Fredo, el hermano de Michael, hasta roles aparentemente menores como el de Michael V. Gazzo interpretando a Frank Pentangeli, un amigo de la familia Corleone. Son todos personajes pesados, sufridos, y que transmiten todas las emociones que pretende transmitir el film.

Robert De Niro, quien dice pocas palabras en inglés y muchísimas en italiano, se ganó el Óscar a mejor actor de reparto por su papel como el joven Vito Corleone, en una gala donde también estuvieron nominados al mismo premio y por el mismo film Michael V. Gazzo y Lee Strasberg por su rol como Hyman Roth, el capo mafioso rival de Michael. Quedaron sin nominar del lado femenino actrices como Talia Shire volviendo a su personaje de Connie Corleone o la increíble Diane Keaton interpretando a Kay Adams, la esposa de Michael. Tranquilamente podría haber estado nominado todo el elenco.

Al Pacino, por el otro lado, estuvo nominado pero no ganó su premio a mejor actor, algo que demuestra el poco valor real que tiene la academia para poder evaluar y premiar adecuadamente. La actuación de Pacino como Michael Corleone, que ya venía de ser increíble en la película anterior, se eleva aún más en El Padrino: Parte II, creando ya finalmente a uno de los personajes más importantes de la cultura del siglo XX. Una ceja de Michael moviéndose, o una mirada perdida conviven perfectamente con las explosiones de violencia de un personaje conflictivo y conflictuado.

Y es justamente en esa palabra, conflictuado, donde está la esencia de todo el film. El Padrino: Parte II, a diferencia de su antecesora, es una película dura y desesperanzadora. Ya no hay más tarantela italiana. Esta fue reemplazada por música estadounidense vacía e inútil. Michael ya no tiene los valores con los que contaba Vito en la primera. Mata personas inocentes e irá destruyendo, a lo largo del film, hasta a su propia familia.

Esa misma familia por la que Vito, sin saberlo, iba declarando desde joven su propia condena. La historia de un Vito lleno de esperanzas y que busca hacerse lugar, como sea, en la sociedad estadounidense, se acopla perfectamente a un Michael repleto de conflictos, traiciones y una familia a punto de quebrarse. Pero este es solo uno de los muchos temas que habla y trata la película. Toda esta historia puede extrapolarse a la sociedad estadounidense, a la violencia o a la política, por ejemplo. En eso es, al igual que la primera, una obra infinita, con lecturas disparadoras tan hermosas que demuestran, casi de manera obligatoria, cuál es el rol del cine en la sociedad.

Quizás siendo menos definitivos, podemos decir que El Padrino: Parte II es, al igual que la primera, una de las mejores películas de la historia. También podemos decir que, casualmente, dura más de 3 horas, pasándose de ellas por unos 20 minutos. La duración, al igual que en las películas anteriores de la sección, funciona para construir esta cualidad de lo épico, casi como una ópera cinematográfica. Esto no es algo específicamente frecuente del “Nuevo Hollywood”, que irá por historias más potentes y directas. Taxi Driver (1976), por ejemplo, durará menos de 2 horas y no tendrá problemas en retratar a la sociedad estadounidense como pocos otros films lo han hecho. El Exorcista (1973) duró poco más de 2 horas y también cambió para siempre la historia del cine de terror.

Pero veremos que, aún dentro de esta generación, existirán ejemplos igual de grandiosos que contribuirán enormemente a la historia del cine contemporáneo. El cine dejaba atrás ya las grandes producciones históricas, aunque sea por un momento y comenzaba a ensuciarse las manos con los conflictos sociales y políticos de la época. El Padrino: Parte II es, sin embargo, la conexión de esos dos mundos. Es una película histórica y de época, pero que al mismo tiempo se dedica a apuntar a la política, al pueblo y hasta más adelante en la tercera entrega de la saga, a la religión. ¿Qué más se le puede pedir al cine? Muy poco más, la verdad. Pero esta no será la última película de más de 3 horas que logre algo así…


  • Título original: The Godfather: Part II
  • Año: 1974.
  • Duración: 200 minutos.
  • País: Estados Unidos.
  • Dirección: Francis Ford Coppola.
  • Guion: Francis Ford Coppola y Mario Puzo. Novela: Mario Puzo.
  • Música: Nino Rota y Carmine Coppola.
  • Fotografía: Gordon Willis
  • Reparto: Al Pacino, Robert De Niro, Diane Keaton, Robert Duvall, John Cazale, Lee Strasberg, Talia Shire, Gastone Moschin, Michael V. Gazzo, Marianna Hill, Bruno Kirby, Danny Aiello, Harry Dean Stanton.
  • Productora: Coppola Co. Production. Productor: Francis Ford Coppola. Distribuidora: Paramount Pictures.
  • Género: Drama.

Continuación de la historia de los Corleone por medio de dos historias paralelas: la elección de Michael como jefe de los negocios familiares y los orígenes del patriarca, Don Vito Corleone, primero en su Sicilia natal y posteriormente en Estados Unidos, donde, empezando desde abajo, llegó a ser un poderosísimo jefe de la mafia de Nueva York.

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